miércoles, 13 de marzo de 2013

¿Misión despojarse?

Recuerdo que cuando, siendo niño, leí por vez primera su vida, me impresionó profundamente el hecho de que el joven que después fue San Francisco, se despojara de las ricas vestiduras propias del hijo de un acaudalado mercader y se vistiera de sayal para salir de la casa paterna y dedicar la vida a imitar la de Jesús pobre.

Hoy revivió en mi alma algo de aquella lejana emoción, cuando oí en la televisión que el sucesor del papa Benedicto XVI había elegido como suyo el nombre de Francisco.

Me gustaría que el nuevo Papa hubiera escogido el nombre con el que ha entrado a la Historia, con la deliberada intención de anunciar que abraza, desde ya, una misión imposible.

"Despojarse", en el contexto de la problemática historia global, suena hoy como algo fuera del alcance de un solo hombre, así fuera el más poderoso de los héroes.

Como obispo, sólo consiguió rechazo y ruptura cuando exigió a los Kirchner despojarse de la pompa y mirar más hacia los pobres. ¿Qué esperanzas podemos tener de que despoje al papado y a los jerarcas de la Iglesia de la pompa del oro, de la púrpura, de los palacios y de tantas banalidades con las cuales creen fortalecer su posición?

Además, ya se hizo tarde para despojar a la Iglesia del poder abusivo que, desde sus orígenes, ha detentado, imponiendo dogmas y normas "divinas".

Dios no es el viejo barbón -ni solo ni en Trinidad- que cuando niños a muchos nos enseñaron; sino Amor indescriptible, eterno, inmenso y providente.

Con el primer hombre aparecido sobre la Tierra, Dios se encarnó. Y, en derechos, hombre y mujer han sido iguales a sus ojos.

Dios jamás necesitó imprimir sus mandamientos en piedra, ni publicar un Evangelio para enseñarnos a vivir.

Despojarse, entonces, se antoja una tarea más allá de las sucesivas vidas de muchos papas.

La humanidad está integrada por seres inteligentes y libres. Después de varios milenios de existencia, no ha llegado a consumar su destino sobre la tierra. Sus líderes deben esforzarse para hacerlo realidad. No necesitamos muchos dogmas; y nos bastan unos cuantos valores negociados y respetados por todos: respeto, paz, amor, hermandad, prosperidad compartida, felicidad...

¡Bienvenido, Francisco!


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