Hace tres o cuatro días encendí el aparato al comenzar uno de los noticieros
que cada hora emite Milenio Televisión, en el momento en que se transmitía la
visita de Enrique Peña Nieto a la Universidad Iberoamericana. En el preciso
instante en que comenzaba a concentrar mi atención en el asunto, escuché que un
alumno preguntaba o afirmaba algo acerca de lo que llamó “anomia”. Y tuve la
impresión de que su intervención quedó en el aire, pues observé que Peña Nieto
parecía no darse por enterado o que el
interlocutor no esperaba respuesta. Nadie pareció darse por aludido. Y las
cosas siguieron adelante como si nada hubiera ocurrido.
Yo registré la palabreja en la memoria y me pregunté
sobre su significado. El tiempo que de estudiante dediqué al estudio del Griego
clásico y el que dediqué a enseñar Etimologías, me facilitaron encontrar
rápidamente el sentido: α (sin), νόμος
(ley, norma, regla). Después supe que, durante el evento, Peña Nieto había
dejado sin respuesta la pregunta de un estudiante, porque no entendió una
palabra. Y aunque en ninguna parte encontré cuál había sido la pregunta, me
imaginé que habría sido alguna en que dicha palabra iba incluída.
Hoy quiero externar la reflexión que me he hecho sobre
el rico y profundo significado que “anomia” tiene en el campo de las ciencias
sociales; ya sea que se use como referencia a una carencia, a un conjunto
específico de ellas, o a la totalidad de cuantas pueden causar una grave
situación de degradación de la especie por la falta de normatividad en las
conductas y en el campo de los valores.
El tema viene muy a cuento con la situación que México
está viviendo en este período electoral de tanta confusión rivalidad, odios y
hasta violencia.
Como sociedad, vivimos cautivos de una colección de
anomias: falta de leyes que regulen inteligentemente la convivencia; falta de
procedimientos o protocolos para prevenir errores en la interpretación y
aplicación de las mismas; pero, sobre todo, falta de valores éticos que
garanticen el respeto a los derechos humanos: a la vida y a la propiedad,
igualdad para todos, transparencia, ausencia de impunidad, libertad…
Esa es la gran asignatura que los mexicanos tenemos
pendiente, sobre todo después de los años de la dictadura priísta que nos
malacostumbró a vivir sometidos, a recibir dádivas y ansiar el circo de la
televisión, a ceder la libertad de elegir gobernantes, a callar para no perder,
a obedecer como esclavos. Nuestra gran anomia es nuestra enorme falta de
educación como seres humanos.
Toda campaña electoral para sacar adelante la
democracia será tiempo perdido y terminará en el fracaso, si no se realiza
esfuerzos suficientes para superar la anomia moral, esa anemia que nos puede
postrar sin más esperanza que la muerte.