Cínico lo
ha sido desde que, como gobernador, comenzó a mentir, a solapar, a manipular y
a enriquecerse a costa del pueblo. Distinguídamente cínico lo es cuando hace
tal declaración en, desde y para el cinismo, a mitad de la campaña electoral por la presidencia de México.
Precisamente
porque siente en el rostro los escupitajos de quienes conocen sus obras y sus
intenciones, se ve orillado a intentar tranquilizar a los votantes de México
con el engaño de que no reinstaurará lo que ha estado sólidamente instaurado tres
generaciones atrás pero ahora se bambolea frente a una ciudadanía menos
ciega y más libre para encarar a sus depredadores.
Una sola
prueba bastaría para dar siquiera un argumento sólido a quienes desconfíamos de
su honestidad y confiabilidad: que ordene el cambio de escudo del PRI, partido
que se ha adueñado de los colores nacionales aduciendo un derecho que, pese a sus alegatos, no tiene
porque viola el derecho a la justicia y a la equidad de los demás partidos.
Faltan unas
cuantas semanas para el día de elecciones. Espero que en ellas se desmorone el
costoso monumento publicitario que para sí ha construido con la complicidad de
los medios y de sus vastas redes de cómplices.
No debe
haber futuro para el PRI en un país que, como México, está despertando a la
verdad.
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