sábado, 7 de abril de 2012

La paz dichosa del atardecer

Me entristeció la noticia acerca de un querido amigo que ha pasado de hospital en hospital los dos últimos años de su vida. Me dijo que había llegado para él el momento de perderle sentido a la vida, lo cual tomé como un escape a su sufrimiento, porque bien conozco su fortaleza y su vida entregada al servicio a los demás a costa de la renuncia a la propia comodidad. De todos modos a diario lo recuerdo en mis oraciones, confiando en que seguirá alentando en el seno del Amor.
También a mí que cuesta a menudo sobreponerme al decaimiento provocado por la edad y sus achaques; y debo echar mano a los recursos aprendidos en la ayuda a los demás. Uno de ellos es recordar cuando, a la edad de dos años y meses, recorrí un buen tramo de la calle principal de mi natal Morelia sentado sobre el brazo izquierdo de mi padre, quien caminaba llevando a su lado a mi madre, entre la muchedumbre que se movía de iglesia en iglesia, un jueves santo, cumpliendo con la tradición de "visitar las siete casas"; ellos fueron la pareja de ángeles a quienes el Amor me confió... para jamás abandonarme.


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