martes, 5 de junio de 2012

El último tango de Peña Nieto

Ya los últimos acontecimientos en las lides electorales me hacían suponer que Peña Nieto caía  en picada. A los viejos errores de sus primeras apariciones como candidato fueron sumándose nuevos descalabros, no lavados por el alud publicitario basado en el maquillaje y las mentiras, incluidas las usualmente productivas verdades a medias de las encuestas.
De pronto, Copetes comenzó a querer dar cara de bueno de verdad, copiando programas y diciendo verdades que sus adversarios ya habían dicho. El principio del nockout le llegó en un solo round en el ring de la Universidad Iberoamericana. El impacto se vio cuando llegó al extremo de deslindarse de sus amigos y protectores y de su propio Partido. Con boca chiquita, pero hablando como el gran Caudillo, dijo mentiras grandotas: que su PRI no es el viejo PRI y que las viejas mañas dinosáuricas no son ni serán las suyas. Y se está esforzando por pintar con promesas el México que todos queremos.
De veras no creí que Peña Nieto estuviera  tan perdido, hasta que el mismísimo Copetes se dejó ver firmando ayer, poco después de la una de la tarde, el “Plan de Concertación Mexicana”, parto de los montes para impresionar a la disminuida manada de borregos sometidos y acobardados que piensa hay entre los mexicanos. Lo acompañaron despampanantes personalidades: Manuel Espino, Lía Limón, Rosario Robles, Ramón Arce, Ramón Sosamontes y Beatriz Paredes, la mujer maravilla que tal vez quisiera para madre.
Tan poco valora al numeroso y poderosamente millonario clan de priístas al que ha pertenecido en cuerpo y alma, que hasta parece querer iniciar la fundación de SU nuevo PRI, con la pequeña pandilla de chapulines que ha reunido.
¿No que va encabezando las encuestas y según Fox -extrañamente caído en demencia precoz-, DEBE tener el apoyo de todos los mexicanos? ¿Para qué se entretiene en armar teatritos y hacer dúos, tríos y coros con los desechos de otros partidos?
Más nos divertiría oírlo cantar desde ya el último tango. El suyo. El que su innato genio quizá, tal vez, podría componer, de propia letra, para la posteridad. Ahí tiene el del exitoso valenciano Carlos Javier Aloy.

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