Cualquier
mexicano pensante y bien informado sabe bien que la mentira ha causado
división, injusticia, corrupción, muerte e impunidad en las sociedades humanas;
y está detrás de viejos sufrimientos del pueblo.
Por ello,
ante las varias propuestas políticas de los partidos, en tiempos electorales, ese
ciudadano de despierta inteligencia presta atención al contenido de las mismas
para verificar su viabilidad, su conveniencia para el bien común y el cómo de
su ejecución para asegurar éste. Pero más que las propuestas, analiza la
veracidad, la honestidad, y por consiguiente la confiabilidad de los candidatos
que se ofrecen para ejecutarlas. Es claro que, en la balanza de las
comparaciones, la confiabilidad tiene
muy superior peso que las propuestas en sí; más aún, si no hay confiabilidad, se
juzga arriesgado e irresponsable dar el voto fijándose sólo en las promesas.
En nuestro
medio es observable cómo a menudo, candidatos de negros o dudosos antecedentes
personales o de partido, enfatizan su preocupación por la unión de los
mexicanos y por el amor que debe hermanarlos. Tal insistencia en proclamarla a
diestra y siniestra, es un signo que genera desconfianza. Ha sido conducta
característica del defraudador y del cacique.
Desenmascarar
defraudadores y caciques es un deber cívico. Es ejercicio de la verdad que ni
divide, ni destruye ni mata.
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